31 de enero de 2017

La rumia



La rumia 
                                            
                                                                              Murió mi eternidad y estoy velándola.


…y el abuelo con su pecho de tronco.

Ya no queda.

Desde mañana! no he dejado de memorar
el sol aquel, la piara veintenaria, sus balidos volviendo el cuello,
el generoso macho que peleaba hasta
sangrarle la testuz, filósofo cabrío,
el regreso, por caminos de polvo color de uva,
hacia casa, donde la puerta se abría sola cuando
sonábamos llegando; ya
no queda, sino así, de papel,
 cuyas son nuestras lápidas en vida.

En el establo,
tibio hacia adentro, hacia el olor, familiar y enigmático,
padre ordeñaba, depositando con unción
un puñado de yeros junto al hocico de las más lecheras,
que mimábamos, venturosos todos, y ellas.
                                           
                                                                                 Después,
vendimiadas todas la ubres,
comulgado el cubo hasta el borde, pátina colmada,
padre se recuesta fumando contra un saco de pulpa
y, semicerrado de ojos dentro de su historia, escucha
la rumia de los queridos animales (allí, en tal rincón
nos ha quedado su fantasma a todos, que tendrá frío).

Esta noche,
tan serena como aquellas, sino más adelante,
padre fuma en el comedor,
yo, frente a él, fumo, súbito,  con su permiso,
que tú me lo diste!

Y qué no diera por mostrarle al viejo
una almorzada de yeros sobre la mesa
para que sepa que aquel grano quedóseme en el alma
y para que me mire, haciendo memoria, a punto
de sombríos, mientras fumamos hoy, a las doce.

Pero faltaría
la rumia, la oración aquella (qué fueran unos yeros),
faltaría el olor del ganado, el lamento
del choto mínimo faltaría, habría
pretérito suficiente
para que el símbolo desnudo
nos haga daño en la médula dorsal del corazón.

Mejor callar, fumar,

todos dos en silencio, padre e hijo.

15 de mayo de 2016

Mañana



Mañana

Como restos los cuadros
se hunden
en la acabada noche.
Un minuto es siempre
una ley vacía, pero cuando
se abren las lejanas estaciones,
el ayer continúa bajo la forma
de hoy. Pero ni en el ruido
del amasijo de palabras
el silencio es completo.
Se oye los pensamientos,
dogmas irrevocables, aunque
también resúmenes:
humanidad,
ese mar bajo

la historia.

Gosta Agren

3 de abril de 2016

Tra{n}shumancias




vegetalia
viajecitos galácticos
traducción on line
maquinaria método sintaxe criptas
códigos elíseos
elisiones
fuente contaminada
leche duraaños
negación sub iudice
ocultación trampita
trampa
ghrandísimo negocio
insania fraudulentia
coitelada finita / cuchillada
y al barranco ale ya por jabalía /
todo iso por el día
y a la noche lingüistas petapoco
se estupendan con vino y pónense
a dicir / decir / hacer
con aquel puntitito de seghuranza
que una lingua medra como medra un toxo
y otra lingua medra como medra un nardus
trébore cuadrifolia que te cruzas
tamarindus índica
apium graveolens
juglans regia
pinus edulis
xabarín del monte / jabalí / jabalía
y otra lingua
mejor aún que no medrara nunca
tal como representa bruta y territoria

Luz Pichel


23 de febrero de 2016

Alfabeto



Los alfabetos existen    
la lluvia de los alfabetos     
la lluvia que se cuela          
la gracia, la luz         
interespacios y formas       
de las estrellas, de las piedras      

el curso de los ríos  
y las emociones del espíritu          

las huellas de los animales
sus calles y caminos

la construcción de nidos    
consuelo de los hombres   

luz diurna en el aire           
los signos del cernícalo       

comunión del sol y del ojo 
en el color     

la manzanilla silvestre        
en el umbral de las casas   

el montón de nieve, el viento        
la esquina de la casa, el gorrión    

escribo como el viento        
que escribe con la escritura          

serena de las nubes


Inger Christensen
Alfabeto

27 de noviembre de 2015

El viaje, Miguel Ángel Bustos





Todo aquí es limpio; de una rigidez y silencio que hace que las cosas lejanas, indescifrables, en perpetua metamorfosis de noche atravesada  de niebla atravesada por ojos que huyen eternamente.

Crucé el jardín, de geometría  desconocida para mí, y como todas las puertas están abiertas  y nadie impide mi fatal vista me hallo, ajeno ya en mí mismo, en la sala primera del gran edificio. El techo que imita a un cielo de nubes minerales entre planetas inmóviles; la luz, que no puedo sospechar su origen; las paredes y el suelo de piedra fría casi transparente; la quietud, la absoluta quietud.


Siento y sin posible fuga, que este hospital, cada de enigmas  o asilo de inocente ignorancia,  es la agonía de la ciudad que antes recorrí,  su vientre o corazón extraviado en la quietud; su ritual y comunión con los muertos. Pues si esta casa es Revelación en lo Atroz con los muertos, es también el caos antiguo y sin tiempo, el caos donde vive, en eternidad, Aquelarre: la niña  de las niñas; que devora a los hombres, que son ya delirio, por piedad o por secreta alquimia analogía de la lluvia.

Miguel Ángel Bustos 
El Himalaya o la moral de los pájaros